En los albores del siglo XXI y ante las presiones de un entorno globalizado, la sociedad mexicana -una de las más conservadoras y tradicionalistas del planeta- se enfrenta a un gran reto: adaptarse a los cambios en materia de ética social o preservar los valores (y antivalores) característicos de su insigne estirpe nacionalista.
Hoy en día es cada vez más difícil que los jóvenes encuentren buenos ejemplos de comportamientos y conductas éticas.
Los actos de corrupción en los diferentes niveles de gobierno, la falta de oportunidades e inequidad en los procesos de selección para buscar empleo, la presión de los medios de comunicación que buscan incesantemente “ídolos de barro” (deportistas, artistas, políticos) que vemos desmoronarse “a las primeras de cambio”, transformando ilusiones en desazón, han gestado una sociedad pasiva, incrédula, impávida y expectante, a la par de lucir desmotivada por mejorar e incapaz de luchar por alcanzar sus metas, sueños y proyectos, aquellos que cada vez se ven más lejanos y poco factibles.
Lo anterior degenera en un estado de “shock” social, en el que el individuo se vuelve indiferente ante sucesos en los que debería participar y ser protagonista.
El problema es que tal indiferencia se transforma en apatía y la apatía en improductividad, que inherentemente no nos permite ningún logro importante. Este círculo vicioso, se traslada a la escuela, el trabajo, y lo que es peor, al núcleo familiar, con el consecuente deterioro del entorno del joven.
Ante este nebuloso panorama, ¿cómo se encuentra nuestro valioso capital humano, para competir en este estadio?.
La ética social, desarrollada como concepto apenas a finales del siglo pasado, surge como consecuencia de la desesperada y feroz lucha del hombre con su peor enemigo: el mismo.
El problema es que tal indiferencia se transforma en apatía y la apatía en improductividad, que inherentemente no nos permite ningún logro importante. Este círculo vicioso, se traslada a la escuela, el trabajo, y lo que es peor, al núcleo familiar, con el consecuente deterioro del entorno del joven.
Ante este nebuloso panorama, ¿cómo se encuentra nuestro valioso capital humano, para competir en este estadio?.
La ética social, desarrollada como concepto apenas a finales del siglo pasado, surge como consecuencia de la desesperada y feroz lucha del hombre con su peor enemigo: el mismo.
La gran capacidad (y facilidad) que el ser humano manifiesta para destruir su entorno, aunada a la incapacidad de las autoridades ( políticas, eclesiásticas, sociales) para detener o aminorar este proceso de autodestrucción, ha exhibido , mas ahora que nunca, la urgente necesidad de un comportamiento ético social en la que el hombre busque el bienestar global (utopía para algunos) , basándose en preceptos tan básicos como ancestrales: justicia, libertad, verdad y equidad.
Estereotipos los hay, sin embargo, los pocos son opacados por la realidad urbana y cosmopolita que trae consigo una vorágine de vanalidades propias del subdesarrollo en el que vivimos, en continua e inminente confrontación con los valores de nuestra sociedad.
Peor aún es la escasa atención que nuestros jóvenes y los mismos catedráticos ponen en lo realmente importante: la formación de seres humanos de alto desempeño ético y en su lugar se ufanan con los logros de algunos “genios” -así llamamos a aquellos que desarrollan la inteligencia lógico matemática- con elevado coeficiente intelectual pero que se vuelven incapaces para interactuar y dirigir una empresa generadora de bienestar social. En cambio terminan sin trabajo o “atrapados” al servicio de la gente dueña del capital
Pero dentro del vaso medio vacío hay una esperanza: Al fin el sistema educativo toma el papel que le corresponde y permite la incorporación de materias con contenidos éticos y humanísticos en los programas de educación superior; lo que delega al profesor una gran responsabilidad, pero a la vez lo dota de una herramienta básica para lograr su objetivo: profesionistas comprometidos con la sociedad y su entorno.Estereotipos los hay, sin embargo, los pocos son opacados por la realidad urbana y cosmopolita que trae consigo una vorágine de vanalidades propias del subdesarrollo en el que vivimos, en continua e inminente confrontación con los valores de nuestra sociedad.
Peor aún es la escasa atención que nuestros jóvenes y los mismos catedráticos ponen en lo realmente importante: la formación de seres humanos de alto desempeño ético y en su lugar se ufanan con los logros de algunos “genios” -así llamamos a aquellos que desarrollan la inteligencia lógico matemática- con elevado coeficiente intelectual pero que se vuelven incapaces para interactuar y dirigir una empresa generadora de bienestar social. En cambio terminan sin trabajo o “atrapados” al servicio de la gente dueña del capital
Si bien es cierto que este primer paso no lo es todo, también lo es que nos genera expectativas positivas para usar en el futuro un modelo educativo en el que se privilegie el hacer por el conocer, el ser por el tener y el comprender por el saber.
LAE Antonio Aranda Correa
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